La segunda y última de las dinastías (ahora de verdad).
Buenas a todos, mis queridos gandiartistas. Después de 40 años y medio sin subir contenido, hoy, por fin, os traigo más historia de Roma. Sin mas dilación, vamos a ver cómo sigue todo el chanchullo este de los romanos!!!
Como ya os adelanté en la anterior entrada, con el grande de Constantino, se inicia una nueva dinastía, como las de toda la vida, la de los Constantinos. Sin embargo, las cosas no terminaron demasiado bien, por lo que (parece ser) se hizo necesario echar mano de otra dinastía, y por eso es por lo que estamos esta tarde de jueves todos reunidos, en vuestro mega ultra híper sitio de confianza, señoras y señores. Vamos a ver qué pasó con el primero de los Valentinianos.
El primero de todos ellos fue el señor Valentiniano I, o sea, Flavio Valentiniano. Reinó entre los años 364-365 d.C. en el Imperio romano de Occidente. Evidentemente, no nació, ni siquiera, en Italia y, sí, empezó como soldado. Le preocupaban mucho las fronteras norteñas y fue el último emperador guerrero de la historia de Roma. Al menos, eso es lo que se cuenta. Estuvo al servicio del anterior jefaso, Juliano el apóstata, aunque hubo mucho chismorreo de por medio y Valen fue apartado del servicio militar por considerarse que trataba de perjudicar las relaciones entre Juliano y Constancio II. Tras un matrimonio breve con un hijo, Graciano, nuestro amigo emperador se volvió a casar con Justina, con la que tuvo a Valentiniano II, Gala y Justa. Al morir Juliano, volvió al servicio militar, sirviendo bajo el reinado de Joviano. Luego iría el turno de Valentiniano. Como fueron los soldados quienes lo proclamaron, le impusieron la condición de nombrar un coemperador, para que las cosas no se salieran de madre y tal, cosa que al final siempre terminaba pasando. Nuestro pana Valentiniano nombró a su hermano, Flavio Valente, emperador del imperio romano oriental.
Para Valen no sería nada fácil llevar las riendas de un imperio que cada dos por tres se encontraba metido en guerras internas. Eso por no hablar de que abarcaba tanto territorio que tenía que ser dividido en dos partes, lo que duplicaba los problemas. Nuestro gran emperador se ocupó de vigilar las provincias más problemáticas, o sea, África, Galia y Britania. La capital de esta parte del imperio seguía en Milán, aunque pasó casi todo su reinado en la ciudad de Tréveris. Valen aumentó la importancia de la clase militar, ya que era donde residía el verdadero poder, por lo que, con el discurrir de los años, fue promulgando leyes para favoreces a los soldados, incluso creó un nuevo cargo, el defensor civitatis, un protector de los ciudadanos frente a los más ricos. Al contrario que su hermano, Valen no se interesó demasiado por las disputas entre paganos y cristianos, aunque sí condenaba las herejías más relevantes en esa parte del mundo. Trató de ganarse el favor de los nobles legalizando la práctica de la adivinación. Vamos, que era un poco veleta el tío. Finalmente, Valentiniano terminó cayendo enfermo y, automáticamente, se inició una lucha de poder del copón por la sucesión entre Severo, Rústico y Juliano pero, por fortuna, el emperador logró reponerse. Por miedo a que se volviera a liar parda, nombró sucesor a su hijo Graciano, quien le sucedería cuando el pobre Valentiniano I murió de un ataque al corazón, tras numerosas campañas contra las tribus de Britania y África. Y así es como termina la vida del primer componente de esta nueva dinastía.
Hala, fin.
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