La Restauración de Cánovas. Una nueva Constitución.
Imagen extraída: https://ca.wikipedia.org/wiki/Antonio_C%C3%A1novas_del_Castillo
Tras el Sexenio Democrático, la política se radicalizó, amenazando una nueva revolución social, revueltas cantonales, con la amenaza carlista aún presente, lo que favoreció la reorganización de las clases conservadoras, las cuales querían acabar con el proceso revolucionario. Estos grupos buscaban la paz y el orden. Fueron los llamados alfonsinos y estaban encabezados por Antonio Cánovas del Castillo. Cánovas buscó convencer a partidos de centro, como los unionistas o progresistas y conseguir un pacto entre conservadores y progresistas. Intentaba que la Restauración monárquica llegara por vías pacíficas y no por pronunciamiento militar. Hubo un golpe militar por parte de Martínez Campos en 1874, lo que adelantó los planes de Cánovas y restauró la Monarquía en la persona de Alfonso XII. El ejército y los militares alfonsistas y unionistas forzaron la marcha hacia la Monarquía, camino que no quería recorrer Cánovas. Con el sistema de la Restauración, Cánovas pretendía integrar a los adversarios políticos, estableciendo una política de pactos que permitiera una alternancia pacífica en el gobierno. Se buscaba terminar con los pronunciamientos militares e intentar que la Corona actuara de manera independiente. Nuevamente, con el objetivo de lograr la estabilidad política, se redactó una nueva Constitución, la de 1876. Se trataba de una Constitución salida del pensamiento de Cánovas, elaborada sin pensar en la soberanía nacional. Contemplaba que en España existieran 2 instituciones, la Corona y las Cortes, además de que la figura del rey constituía pieza clave en el sistema. Las Cortes se configuraban con 2 cámaras de similares competencias: Senado y Congreso de los Diputados. La Constitución reservaba a la Corona, la sanción y promulgación de las leyes así como el mando supremo de las fuerzas armadas. Disponía la capacidad de nombrar gobierno y el poder de suspender o convocar Cortes. En la práctica, predominaba el criterio real sobre el de las Cortes. También se recogían ciertos derechos individuales, desarrollándose como una Constitución abierta, flexible a futuras ampliaciones de estos derechos y libertades. Por otra parte, estaba la cuestión religiosa. Cánovas impuso la tolerancia de cultos diferentes del católico, lo que suponía un reconocimiento de la libertad de culto en el ámbito privado. Se rompió el monopolio de la religión católica, aunque se mantuvo la confesionalidad del Estado y la protección de la Iglesia Católica.
Por otra parte, el sistema se basó en el carácter oligárquico y elitista de las formas de poder. Los goberantes eran gente noble con poder económico y prestigio. Defendían sus intereses de clase y sus negocios agrícolas e industriales. A todos les interesaba el control del proceso político de las elecciones por los beneficios que se derivaban de él. También existía algo llamado caciquismo. Para que estas élites mantuvieran el poder y pudieran imponer sus intereses, llevaron a cabo el caciquismo. Los caciques eran jefes locales de un partido que manipulaba el aparato administrativo del Estado en provecho propio y de su clientela. La relación entre cacique y sus seguidores era una relación de patronazgo, una relación clientelar. Se trataba de un intercambio de bienes y servicios, en el que también se incluían los favores personales. Los amigos políticos ayudaban a perpetuar el poder del cacique con su voto, a cambio de que se les concedieran una serie de favores. Estas relaciones facilitaban la manipulación del sufragio y el control de las elecciones. El sistema de Restauración canovista, subsistió hasta 1923, pero fue el precio a pagar por la estabilidad política y la tranquilidad social que buscaba Cánovas. Se trataba de un sistema que imposibilitaba cualquier participación del pueblo en las decisiones políticas y paralizaba el progreso social.
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