Las Guerras Médicas (parte 2)



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La Primera Guerra Médica

Tras haber leído los precedentes de esta serie de conflictos bélicos, y la piedra que desencadenó la avalancha, llega el momento clave de las Guerras Médicas: la primera de estas contiendas. Tras la destrucción de Mileto, aliada de Atenas, los atenienses empezaron a temer por su seguridad. El general Temístocles formó una especie de agrupación marítima entre diversas ciudades con el objetivo de construir una flota poderosa y optar por el enfrentamiento naval. Temístocles defendía los intereses de artesanos y comerciantes. Por su parte, el portavor de los terratenientes y del ejército terrestre se llamaba Milcíades. Este general abogaba por el fortalecimiento de los hoplitas para que Atenas pudiera hacer frente a los persas en tierra. Su propuesta fue la mayor apoyó recibió, al contrario que la de Temístocles. Mientras tanto, Esparta seguía manteniéndose al margen, centrada en resolver sus propios problemas en el Peloponeso (estaba en guerra contra Argos). Además, los espartanos no tenían el mismo interés que los atenienses en defender el comercio de los jonios. Sin embargo, todo empezó a cambiar cuando el rey espartano Cleomenes venció a Argos, ya que los lacedemonios (espartanos) mostraron más interés en guerrear con los persas. En Tesalia y Beocia, donde predominaba el régimen aristocrático, había un mayor apoyo a Persia. La ciudad de Egina también simpatizaba con los persas. La mayoría de las pequeñas polis vivían centradas en sus problemas locales y eran indiferentes a la amenaza de Oriente. En el año 492 a.C. tras controlar Jonia, el rey persa Darío I encargó a su general, Mardonio, la ocupación de Tracia y Macedonia, aunque la campaña contra la primera región terminó en fracaso. Al año siguiente empezaron los preparativos militares y diplomáticos para introducirse plenamente en Grecia. Darío envió embajadores a las islas del Egeo y a los estados de Grecia occidental, exigiendo tierras y agua, o lo que es lo mismo, una petición de sumisión al Imperio Persa. Las islas aceptaron rápidamente, así como algunas zonas del norte de Grecia. Entre las ciudades que se negaron a someterse, se encontraban Atenas y Esparta. En el 490, los persas reunieron una enorme flota comandada por Datis y Artafernes. Estos querían llegar directamente al Ática (donde se encontraba Atenas), evitando dar grandes rodeos. Mientras tanto, trataban de ganarse a los aristócratas griegos deseosos de recuperar su poder perdido, debido al establecimiento de la democracia. Datis y Artafernes atravesaron las islas del Egeo, llegando Naxos y Eretria, ciudades que fueron destruidas. Más tarde, desembarcaron en la llanura de Maratón (costa oriental de Ática), lugar idóneo para desplegar la caballería persa. El estratega encargado de los atenienses, en ese momento, era Milcíades. Finalmente, los espartanos prometieron ayuda militar, aunque fueron advertidos de la llegada de un gran ejército persa a Maratón, así como de la inminente batalla. La persona que avisó a los espartanos, fue un corredor llamado Filípides, quien recorrió los 240 km que separaban Atenas de Esparta, en 2 días. De esta manera, los espartanos usaron, como excusa, que se encontraban celebrando unas fiestas religiosas y no podrían unirse a la campaña militar hasta que no hubiera luna llena. Sin el apoyo de Esparta, los atenienses se enfrentaron solos a los persas, ayudados únicamente por los habitantes de la ciudad de Platea, que también movilizó a sus hoplitas. Milagrosamente y pese a su superioridad numérica, los persas fueron derrotados por los griegos. Esta derrota supuso un duro golpe para el rey persa, mientras afianzó a los atenienses como potencia helena principal.


Batalla de Maratón

Tras la negativa de Atenas y Esparta de someterse a Darío I, este envió un gran contingente de soldados en el año 490 a.C. con amenazas de conquista y represalias y dirigida por el propio Darío. La segunda expedición fue enviada en el año 480 a.C. dirigida por el general persa Jerjes, como revancha contra los griegos debido al fracaso de la primera expedición. En el 490 los persas prepararon la expedición en Cilicia al mando de Datis y Artafernes, con el objetivo de tomar represalias contra Atenas y Eretria por su apoyo a la insurrección jonia y la destrucción de Sardes en el 498. La ciudad de Naxos fue destruida y los persas llegaron a Delos, pero Datis prohibió saquear la isla, respetando el templo de Apolo, a quien adoró y dedicó una ofrenda en dinero. Luego pasaron a la isla de Eretria y la destruyeron. Los persas habían traído con ellos al anciano Hipias, antiguo tirano de Atenas, para ganarse el afecto de los atenienses. Milcídades por su parte, consiguió que la Eclesia aceptara enfrentarse a los persas, ya que no podrían haber sobrevivido a un asedio. Pidieron ayuda a Esparta aunque, como ya hemos leído, tal ayuda no llegó. Debido al retraso del ataque ateniense, los persas desembarcaron su caballería, lo que jugó en su contra. En esta llanura, tuvo lugar la Batalla de Maratón. Como se ha comentado arriba, en Maratón se enfrentó un inferior grupo de hoplitas contra la superioridad númerica de los persas, los cuales fueron derrotados gracias a que los griegos aprovecharon sus ventajas: su superior armadura y disciplina militar, dirigidos por el brillante Milcíades. Aquel día, se reunieron alrededor de 11.000 hoplitas atenienses y platenses, enfrentados a los 25.000 persas al mando de Artafermes y Datis. Los persas previamente llevaron sus naves a tierra a lo largo de la playa Schinia. 

Hecho esto, establecieron su campamento en la llanura más allá de un pantano y de la misma playa. Mientras tanto, los atenienses acamparon en el extremo sur de Maratón y al norte de otra zona pantanosa, protegiendo su campamento con troncos y trozos de árboles caídos, provistos de ramas afiladas, a manera de proto empalizadas. Ambos ejércitos se encontraron frente a frente durante 4 días, cada uno con sus motivos para esperar. Los atenienses esperaban la (en principio) prometida ayuda de Esparta: con el final de la Carneia el 12 de agosto, los espartanos podrían venir en su ayuda, pudiendo llegar el día 15. Dada la gran extensión de Maratón, los persas podían desplegar a su caballería, por lo que los griegos no debían abandonar el terreno favorable próximo a su campamento fortificado, situado entre el mar, las zonas pantanosas y las colinas. Los griegos se distribuyeron en su formación típica, la falange: consistía en regimientos de varios cientos de soldados, dentro de los cuales, luchaban en filas de 8 o más hombres, todos juntos codo con codo; la mitad del escudo de un soldado protegía al compañero de su izquierda. Esto significaba que la falange avanzaba lentamente en un ligero ángulo hacia la derecha, ya que los hombres buscaban mantenerse detrás del escudo de su compañero. De esta manera, el flanco izquierdo generalmente hacía que se rompiera la formación primero, por lo que un comandante enemigo se aseguraría tener a sus mejores tropas en su propio flanco derecho. 

Para que las falanges apretaran el paso, había músicos que tocaban unas flautas conocidas como aulós, además de soltar cánticos para motivar a los soldados (paean). Al enfrentarse a un enemigo, los hoplitas primero atacaban con la lanza. Cuando las lanzas perdían su utilidad, pasaban a usar las espadas. Mientras que los griegos contaban con la falange y un armamento pesado, los persas utilizaban un equipamiento ligero. Estos también tenían razones para esperar sin atacar: cuando asediaron la ciudad de Eretria, en la cual había habido traiciones dentro de la misma por parte de los partidarios de Hipias, ahora los persas esperaban una señal para escapar de Maratón y navegar directamente hasta Atenas, encontrando la ciudad desprovista de soldados. Sin embargo, los días iban pasando y los persas no recibían ninguna señal de algún traidor griego, como parece que se les había prometido tiempo atrás. Además, faltaba un día para que se terminaran las festividades espartanas, puesto que estaban en el día 11 de agosto. Como consecuencia, los persas empezaron a embarcar parte de sus fuerzas en los transportes para viajar a la mañana siguiente a Atenas, mientras que los demás vigilaban a los hoplitas. De esta manera, con suerte podrían llegar a Atenas y esperar traiciones internas que les abrieran las puertas de la ciudad. Datis sería el general encargado de viajar, mientras Artafernes permanecería en Maratón y mantendría a los hoplitas en tensión. Por suerte para los atenienses, estos fueron alertados de la estrategia persa por parte de algunos jonios que simpatizaban con el enemigo. Al saber que la caballería persa había subido a los transportes, los comandantes atenienses debatían si prepararse para la batalla (la opción preferida de Milcíades) o retirarse. Entre los comandantes atenienses, se encontraba el arconte polemarco, cargo político que requería dirigir el ejército en tiempos de guerra, dio su voto para permanecer en Maratón. 

Milcíades conocía las tácticas persas y ese día estaba al mando, por lo que desplegó las fuerzas griegas en la llanura. Sabía que los persas pondrían a sus mejores infantes en el centro del campo, y que el elevado número de enemigos podría llegar a flanquear a los helenos. Para evitar esto, Milcíades redujo el número de soldados en el centro de sus filas, donde los persas tendrían éxito asegurado. Al mismo tiempo, Milcíades sabía que las alas del ejército estarían formadas por soldados mal armados y poco motivados, en contraposición a los flancos fuertemente armados del ejército griego. Por tanto, ordenó que los flancos no persiguieran a estas levas ligeras, sino que volvieran a luchar contra el centro persa. El ala derecha estaba comandada por el arconte polemarco Calímaco, mientras que la izquierda la llevaban los platenses. El día de la batalla, Artafernes desplegó sus tropas, como esperaba el estratega ateniense. Sus mejores soldados, los soldados iraníes y los llamados sakas, formaban el centro del ejército, además de incluir soldados jonios poco motivados en los flancos, como preveían los atenienses. Con el objetivo de mantener el bloqueo del campamento ateniense, Artafernes avanzó 1,5 kilómetros hacia los griegos, mientras estos avanzaban hacia los persas, aumentando un poco el ritmo para evitar ser alcanzados por las flechas que arrojaban los persas. Finalmente, se produjo el choque y los persas llevaban la mejor parte en el centro, donde rechazaron a los atenienses. En los flancos, sin embargo, las levas persas fueron aplastadas. Siguiendo las órdenes de Milcíades, los griegos no persiguieron a las levas que se batían en retirada, volviendo hacia el centro persa y envolviéndolo, de forma similiar a como lo haría siglos después Aníbal Barca en Canas. El resultado terminó en una matanza, con 6500 bajas persas (en su mayoría soldados iraníes y sakas) y solo 192 atenienses, además de unos pocos platenses. Algunas naves fueron capturadas por los griegos y otras escaparon. Sin embargo, no había terminado todo: algunos soldados se quedaron en el campo de batalla y parte de los atenienses tuvo que volver a marchas forzadas a Atenas, llegando a tiempo de impedir el desembarco de los persas. De esta manera, a Datis se le unieron los supervivientes junto con Artafernes y juntos volvieron a Persia, donde casi inmediatamente, iniciaron los preparativos para otra campaña. Estos preparativos les llevarían 10 años, volviendo los persas en masa con la intención de conquistar toda Grecia, además de castigar a los atenienses.


FIN

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