Última parada: la Grecia Helenística
En el siglo XIX, el historiador alemán J. Droysen acuñó el término de helenismo para referirse al fenómeno de difusión de la cultura helénica más allá de sus fronteras, más allá del Mar Egeo. Esta difusión fue el resultado de la fusión cultural entre Oriente y Grecia, impulsada por Alejandro Magno. En cuanto a las fechas, por convención histórica, la Época Helenística se inició entre la muerte de Alejandro en mel 323 a.C. y el 30, fecha en que Egipto fue anexionado a Roma, convirtiéndose en provincia de esta. Para cuando le llegó el final a Alejandro, su imperio griego abarcaba desde los Balcanes hasta el río Indo, así como desde Egipto hasta el Mar Negro. Al morir tan joven, su gran imperio empezó a fragmentarse, sobre todo, debido a las luchas entre sus generales por el poder absoluto. Esta época fue conocida como la Época de los Diádocos, resultando en la creación de 3 reinos: Macedonia, que se extendía por los Balcanes y Grecia; Siria, dominado por la dinastía Seleúcida, que comprendía la zona asiática, aunque más tarde fue retirándose hacia la zona de Mesopotamia y, por último, Egipto, bajo la dinastía de los Ptolomeos, ocupando el antiguo gobierno de los faraones. Tras este reparto, la civilización griega se empezó a caracterizar por la fusión entre la cultura occidental y oriental, enriqueciéndose enormemente. Aparecieron grandes estados estables, algunos de los cuales compartían misma cultura, misma moneda y normas, lo que favoreció el aumento de la riqueza. Este aumento de la riqueza, unido a la extensión de los valores griegos, proporcionó una rica clientela para las artes y las ciencias, lo que favoreció el desarrollo de la cultura.
Por otra parte, la cultura helenística significó el alejamiento de los modelos clásicos, nacidos y vinculados a la ciudad-estado. En los reinos helenísticos no había reglas de sucesión precisas; el poder se alcanzaba a través de la fuerza y la imposición personal. Por esto, eran muy frecuentes los conflictos entre los diversos aspirantes al trono y durante esta última etapa, las fronteras fueron cambiando. Cuando la República romana empezó su expansión territorial hacia Oriente, se encontró con reinos helenísticos debilitados por las disputas internas y las continuas guerras entre estados vecinos.
Los reyes helenísticos
Se llamaban a sí mismos ''basileis'', y se rodeaban de un consejo real, formado por sus amigos o ''philoy''. Se consideraban propietarios del territorio que gobernaban, y las personas que vivían en el territorio de un basileis, eran sus súbditos. El poder de los monarcas era absoluto. Las tareas del reino se delegaban a funcionarios reales. Las decisiones de los monarcas se publicaban en forma de cartas o decretos, que acabaron por conformar una jurisprudencia. El rey se presentaba a sí mismo como un padre, preocupado por el bienestar de sus súbditos. En su mayoría, los griegos no simpatizaban con los regímenes monárquicos, ya que veían a la monarquía como algo propio de los persas y de las regiones bárbaras del norte de Grecia, como Macedonia o Tracia. Sin embargo, a raíz de la conquista de Filipo II por la Hélade, los griegos tuvieron que adaptarse a la nueva monarquía macedónica. Por ello, los reyes helenísticos sintieron la necesidad de eliminar cualquier posible recelo del pueblo griego hacia los monarcas, desarrollando la ideología del monarca ideal y paternalista. Por otra parte, al fortalecimiento de la figura del rey contribuyó la religión. Al igual que en Roma, se desarrollo el culto divino al monarca. Esta adoración se manifestó en la construcción de altares y santuarios, donde se colocaban estatuas de los reyes divinizados junto a los dioses del panteón griego. El primer ejemplo se encuentra en Alejandro Magno. Las zonas más urbanizadas de Grecia, donde existían ciudades con una larga tradición política, como Atenas, Corinto o Rodas, hubo más resistencia hacia la monarquía helenística. Para camuflar este régimen, se mantuvieron instituciones de cierta autonomía: constitución, magistrados, asamblea, etc. Sin embargo, en las ciudades de nueva fundación en el Oriente helenístico, sobre todo en las que pertenecían a la dinastía Seleúcida, la figura del rey fundador era aceptada sin reparos.
FIN
Comentarios
Publicar un comentario