La Edad Contemporánea: el inicio de una nueva era
La edad contemporánea es la última de las etapas que los historiadores han asignado para secuenciar la historia de la humanidad. Comprende desde la Revolución Francesa (1789) hasta nuestros días. Es la etapa más influyente y con los acontecimientos históricos más relevantes, necesarios para poder entender cómo funciona nuestro mundo actual. Sin embargo, para llegar a la Revolución Francesa, es fundamental conocer los antecedentes, las causas sociales, económicas y políticas que llevaron a las transformaciones profundas del mundo occidental que produjo esta revolución. Por tanto, el principio de la edad contemporánea se encuentra en el llamado Antiguo Régimen.
La crisis del Antiguo Régimen
Tradicionalmente se estudia el fin del Antiguo Régimen como el inicio de la transición de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea. ¿Por qué? por que supuso el final de todos los modos de producción antiguos, el final de una ideología y una política y el inicio de muchas cosas totalmente nuevas, lo suficientemente transformadoras como para considerar la Edad Contemporánea un periodo muy diferente de la Edad Moderna.
El Antiguo Régimen fue un sistema social, económico y político que estuvo vigente en la Europa de la edad moderna (desde el siglo XVI-XVIII). Durante los siglos previos a la revolución francesa, la forma de gobierno por excelencia fue la monarquía absoluta, a excepción de Gran Bretaña, que había instaurado un sistema parlamentario.
La monarquía absoluta
La aparición de la monarquía absoluta fue el resultado de la crisis económica y social de la Europa de finales de la Edad Media. Los reyes aprovecharon la debilidad de los nobles para reforzar su posición y convertirse en los máximos representantes de los estados modernos. Para reforzar esta posición de poder, los reyes se sirvieron de una historia y religión para crear una identidad propia; también desarrollaron una burocracia y administración para hacer más eficaz la recaudación de impuestos y crearon un ejército permanente, para facilitar tanto la defensa de los territorios de la Corona como para incorporar nuevos territorios. La base ideológica de la monarquía absoluta era el origen divino del rey: la autoridad del monarca había sido impuesta directamente por Dios, y los reyes gobernaban en nombre de Dios. Por tanto, cuestionar a los reyes equivalía a oponerse a la voluntad imparable de Dios. Con el tiempo, los monarcas incrementaron su autoridad concentrando los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Para llevar esto a cabo, centralizaron el poder de los territorios que formaban sus estados, redujeron la convocatoria de las Cortes y derogaron las leyes y privilegios de origen feudal que favorecían a la nobleza y el clero. De esta manera, los monarcas alcanzaban un poder sin límites. Uno de los máximos representantes de la monarquía absoluta fue el rey francés Luis XIV, cuyo lema era ''El Estado soy yo''. Para llevar a cabo sus grandes proyectos, los reyes absolutos contaban con el apoyo económico y técnico de la burguesía. El desarrollo de la nueva economía capitalista gracias a esta clase social, facilitó el crecimiento de la autoridad de los monarcas. La monarquía absoluta fue experimentando cambios durante el siglo XVIII. La influencia de la Ilustración llevó a algunos monarcas a adoptar políticas reformistas, que dieron lugar al despotismo ilustrado.
El despotismo ilustrado
Fue un sistema político que surgió en Europa en la segunda mitad del siglo XVIII. Algunos de sus máximos exponentes fueron Federico II de Prusia, la emperatriz María Teresa de Austria, Caterina II de Rusia, José I de Portugal o Carlos III de España. El despotismo ilustrado fue una mezcla de las ideas de la monarquía absoluta con las políticas reformistas influidas por la Ilustración. Así pues, se mantenía la concepción absolutista del poder y las bases del Antiguo Régimen. El famoso lema del despotismo ''Todo para el pueblo, pero sin el pueblo'', hace referencia a este carácter reformista y la voluntad de los goebrnantes de actuar en favor del pueblo, pero sin renunciar a sus privilegios. Los soberanos pretendían incrementar su poder mediante el desarrollo económico, cultural y militar. Para ello, se rodearon de secretarios y ministros próximos a la ideología, promovieron programas de desarrollo cultural y agrícola, crearon universidades y academias, dieron soporte a la investigación y la cultura, difundieron los avances científicos y técnicos y fueron grandes mecenas del arte.
El sistema parlamentario inglés
En Inglaterra, a finales del siglo XVII, la monarquía absoluta fue sustituida por una monarquía parlamentaria. Este cambio fue precedido por dos revoluciones. La primera tuvo lugar entre 1649-1660 como consecuencia del enfrentamiento entre el Parlamento y Carlos I, que gobernaba de manera absoluta. El país se vio arrastrado a una guerra civil, durante la cual el monarca fue apresado y ejecutado. Se instauró una república liderada por Oliver Cromwell. El nuevo proyecto no salió hacia adelante y el Parlamento restableció la monarquía absoluta, ortorgada a un nuevo rey, Carlos II. Tanto este como su sucesor, Jaime II, gobernaron de manera absoluta. Esto llevó al país a una nueva guerra civil en 1688, conocida como la Revolución Gloriosa. El Parlamento ofreció el trono al holandés Guillermo de Orange, que tuvo que firmar una Declaración de Derechos en 1689, estableciendo los principios fundamentales de la nueva monarquía parlamentaria. De esta manera, el poder del rey quedaba limitado y debía contar con el Parlamento para realizar ciertas acciones, como formar ejércitos en caso de guerra o establecer nuevos impuestos. A lo largo del siglo XVIII, la capacidad de gobierno de los monarcas británicos fue disminuyendo. El poder ejecutivo quedó en manos del gobierno, que debía rendir cuentas ante el Parlamento. Este, organizado en dos cámaras (la cámara de los lores y la cámara de los comunes), detentaba el poder legislativo. El poder judicial residía en jueces independientes de los otros dos poderes.
FIN
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