Las revoluciones liberales del siglo XIX
A pesar de los intentos de la Restauración por volver al Antiguo Régimen, las ideas revolucionarias se extendieron por gran parte del territorio europeo. De esta manera, se produjeron numerosos movimientos revolucionarios durante el siglo XIX, concretamente, en los años 1820, 1830 y 1848.
Revolución de 1820
La primera revolución liberal de esta década se originó en España, donde el pronunciamiento del general Riego consiguió establecer una monarquía constitucional. Tres años después del llamado Trienio Liberal, se volvió al absolutismo. El éxito inicial de esta revolución hizo que se extendiera a Portugal y a otros territorios mediterráneos, como Nápoles y Grecia. El movimiento revolucionario surgido en Grecia contra el Imperio otomano fue el único que triunfó en esta década. El alzamiento de carácter liberal y nacional contra el despotismo turco finalizó con la independencia de Grecia, que contó con el apoyo de Reino Unido, Francia y Rusia.
Revolución de 1830
Diez años más tarde se produjeron disturbios en Francia y Bélgica. En Francia, el rey Carlos X, sucesor de Luis XVIII, suspendió la libertad de prensa y limitó el acceso al voto, cosa que propició una revolución en la que participaron republicanos, obreros, estudiantes e intelectuales. Carlos X abdicó y los liberales ofrecieron la Corona a Luis Felipe de Orleans, siempre y cuando cumpliera los puntos estipulados en la Carta Otorgada de 1814, una especie de contrato resultado de la soberanía popular.
En Bélgica, al igual que en Grecia, se unieron los principios de liberalismo y nacionalismo. Las diferencias culturales y lingüísticas, y las leyes electorales que beneficiaban a los holandeses, provocaron la rebelión belga y su independencia.
Las revoluciones de 1848
La pequeña burguesía, el movimiento obrero y la defensa de los ideales democráticos tuvieron más protagonismo en estas revueltas. La revolución del 48 se originó nuevamente en Francia, donde una crisis económica había llevado al paro a muchos obreros y se habían recortado derechos individuales, como el derecho de reunión. La insurrección obligó a abdicar a Luis Felipe de Orleans. Se proclamó la Segunda República francesa con un gobierno provisional progresista. Sin embargo, meses después, esta revolución contra el absolutismo se transformó en una lucha entre burgueses y obreros, que se saldó con 10.000 muertos y 11.000 detenidos. Para evitar nuevas revueltas, se dicidió establecer un poder ejecutivo fuerte en manos de Luis Napoléon Bonaparte, sobrino de Napoleón. Este le dio un giro conservador a las propuestas originales de la Segunda República. Posteriormente, Luis Napoleón estableció el Segundo Imperio francés, pasando a llamarse Napoleón III. Las revoluciones se extendieron por toda Europa, pero no triunfaron. Por una parte, la participación del movimiento obrero frenó a los liberales, que veían con preocupación cómo dejaban de aplicarse sus propuestas. Por otra parte, las fuerzas tradicionales (ejército, Iglesia y élites aristocráticas) seguían teniendo un poder considerable.
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