Grabado de Horacio Cocles, obra de Hendrick Goltzius (1586), Rijksmuseum (Países Bajos). Imagen extraída de la web del Rijksmuseum. Puedes obtener más información en la misma web del museo
Hombre, ¿cómo vosotros por aquí? bienvenidos a una nueva tarde de domingo sin hacer nada...¿que no tenéis nada que hacer? venga, sentaos que os voy a contar una historia de esas que nos gustan. Batallitas de romanos.
Esta historia sucedió hace mucho tiempo, allá por los inicios de la República romana. ¿os acordáis que os hablé de Tarquinio el Soberbio, el Trump romano, que siempre la estsaba liando? ah, que nos os suena de nada...bueno, pues lo dije. En anteriores entradas (como la que te dejo por aquí) hablamos de los siete reyes que gobernaron la ciudad y lo más relevante que bajo su reinado tuvo lugar. Como ya hemos aprendido en este maravilloso y frecuentado blog, tras la expulsión del infame séptimo rey, Tarquinio el Soberbio, este se alió con el rey etrusco Lars Porsena, de Clusium. Ambos aliados fueron derrotados y Soberbio fue a buscar a su yerno, Octavio Mamilio, rey de Tusculum. Nuevamente, Soberbio recibió una dura derrota a pesar de haber sido apoyado por la Liga Latina. Tras todo este chanchullo, años después el Soberbio murió en Cumas y bla, bla, bla.
Pues bien, antes de la derrota de Soberbio y su posterior muerte en Cumas tuvo lugar la gran heroicidad de Horacio Cocles. Se trata de una de esas historias medio inventadas, utilizada como herramienta moralizante y aleccionadora, de esas que se les contaba a los niños romanos sobre la defensa de la patria y el valor romano y qué se yo. Resulta que los etruscos de Porsena habían derrotado (se entiende que antes de la derrota que separó a Porsena de Tarquinio) a los romanos, dejando libre el camino hacia Roma para su asedio e invasión. El ejército etrusco se iba acercando a la ciudad, concretamente, aproximándose al llamado Pons Sublicius (fig. 1), una de las vías de acceso que cruzaban el Tíber. Los soldados romanos restantes estaban totalmente desmoralizados por la reciente derrota, por lo que no sabían qué hacer ante la muerte inminente.
Figura 1. Ilustración del posible Puente Sublicio. Imagen extraída de la web Roma Infinita. Puedes obtener más información en la misma web
Todo parecía perdido hasta que, de pronto, un soldado romano dio un paso adelante, decidido a frenar el avance de los enemigos. Este soldado se llamaba Horacio Cocles y destacaba por tener más agallas (o menos sentido común) que el resto de sus camaradas. Horacio tomó el control de la situación y se colocó frente al puente que vemos arriba. Mientras observaba cómo se acercaban los etruscos, Horacio mandó destruir el puente para que nadie pudiera cruzarlo. Ahora bien, ¿qué sería de Horacio, aislado a la otra parte del puente derruido, solo frente al peligro? había quedado sin posibilidad de salvación. ¿sería este el final de un gran héroe romano? pues no, amigos; esto es una historia romana y todo sale bien en las historias romanas (al menos para los romanos). Total, que encontramos a Horacio deteniendo a los etruscos a golpe de espada, aunque la resistencia humana tiene un límite. Cuando Cocles hubo otorgado suficiente tiempo a sus camaradas para que llegaran a las murallas de Roma, se arrojó al Tíber y nadó de vuelta hasta la ciudad. Llegó sano y salvo y fue aclamado, vitoreado y aupado por sus compañeros soldados. A pesar de haber mermado las fuerzas etruscas y haber impedido temporalmente la invasión etrusca, los enemigos aún contaban con suficientes efectivos para asediar y tomar la ciudad.
Los etruscos se habían retirado y estaban muy frustrados, desanimados y furiosos. En Roma sabían que Cocles había asestado un duro golpe moral a Porsena, ya que un solo hombre había detenido el avance de todo un ejército. Sin embargo, el pánico había corrido por las calles; los etruscos estaban a las puertas de Roma y nadie podía hacer nada para impedir el inminente asedio y destrucción de Roma. Nadie. Nadie...salvo un joven patricio: Mucio Escévola (fig. 2), un muchacho muy patriota dispuesto a dar su vida por la salvación de Roma.
Figura 2. El legendario héroe romano Mucio Escévola, pintado por Domenico Ghirlandaio, como parte de una serie de frescos del Palazzo Vecchio (1470), en Florencia. Imagen extraída de la web Wikimedia Commons.
Este joven esperó a la llegada de la noche, una noche cerrada, sin luna, para escabullirse fuera de la ciudad e infiltrarse en el campamento enemigo. Su plan era sencillo: matar a la serpiente cortándole la cabeza. Mucio iba a matar a Porsena. Se coló en el campamento etrusco y, habiendo encontrado la tienda de campaña del jefe militar, se acercó en completo silencio en la oscuridad de la noche y entró en la misma. En el centro de la tienda encontró a un hombre de espaldas. Rápidamente, Mucio se lanzó a asesinar a Porsena y le clavó un puñal que llevaba escondido en las ropas. Sin embargo, Porsena tuvo suerte aquel día. El hombre asesinado no era Lars Porsena, sino que era un simple oficial etrusco. Por desgracia para Mucio, el grito que dio el oficial al morir alertó a todo el ejército y Escévola fue hecho prisionero. Fue presentado ante Porsena y este amenazó a Escévola con quemarlo vivo si este no revelaba los planes de los romanos. Ante esta amenaza, y haciendo gala de un gran valor y lealtad a su patria, Mucio puso, literalmente, el brazo izquierdo en un brasero en llamas por Roma. Se quemó medio brazo para demostrar que no tenía miedo ni al fuego ni a la muerte. Asimismo, advirtió que él podía morir, pero, como él, muchos otros jóvenes irían a por el caudillo etrusco hasta que Roma se viera libre de sus enemigos. Impresionado por esta muestra de valentía, Porsena envió a Mucio de vuelta a Roma junto con sus embajadores para firmar la paz.
Finalmente, Mucio fue considerado otro gran héroe de la patria por sacrificar su brazo izquierdo, lo que le valió el apodo de ''Escévola'', o sea, ''el zurdo''. Además, de aquí se sacó la expresión ''poner la mano en el fuego''.
Webgrafía
- Sobre las páginas web que he utilizado ya he ido dejando sus respectivos enlaces en los pies de foto o durante la narración de los hechos; me da una pereza tremenda ir de uno en uno citando cada web en esta sección, por lo que las fuentes las tenéis, aunque no estén citadas como Dios manda, cosa que me la viene a sudar un poco. Hala, hasta luego.
Bibliografía
- Grimberg, C. (1985). Historia universal de Roma. (Vol. 3). Daimon.
Comentarios
Publicar un comentario